El Suelo, un aliado contra el cambio climático
Descubre, analiza y protege nuestro suelo
Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Sevilla (C.S.I.C.)
cultura.irnas@irnas.csic.es
El carbono orgánico del suelo y el cambio climático
Investigando los suelos de nuestra zona
El proyecto
El desafío del siglo XXI: Cambio climático y degradación de los suelos
El aumento de la población mundial, la pérdida de suelos agrícolas y la emisión de gases de efecto invernadero están entre los mayores retos que enfrentamos hoy. El uso de combustibles fósiles, como el carbón y el petróleo, libera grandes cantidades de CO2, acelerando el calentamiento global. Sin embargo, hay un factor crucial que a menudo se pasa por alto: ¡el uso que le damos al suelo!
Las cubiertas vegetales, como bosques y selvas, juegan un papel esencial en la absorción de CO2, pero su destrucción libera este carbono a la atmósfera. Si no actuamos con urgencia para reducir la quema de combustibles fósiles y proteger nuestros ecosistemas, las consecuencias serán cada vez más graves. Es hora de tomar medidas decisivas para proteger el planeta y asegurar un futuro sostenible.
El suelo, un guardián silencioso del carbono
El suelo es mucho más que el lugar donde crecen las plantas; es un recurso vital que juega un papel crucial en el almacenamiento de carbono en la Tierra. Aunque es difícil verlo a simple vista, el suelo tiene una capacidad increíble para retener el carbono de la atmósfera, compensando parte de las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, su uso inapropiado y la sobreexplotación pueden destruir esta función vital.
Iniciativas globales, como la “Iniciativa 4 por mil” de la Conferencia del Clima de París, buscan aprovechar esta capacidad del suelo para mitigar el cambio climático. La degradación del suelo, debido a la erosión, contaminación y pérdida de materia orgánica, afecta no solo al medio ambiente, sino también a nuestra salud, seguridad alimentaria y economía global.
Es posible restaurar y mejorar el carbono del suelo mediante un manejo adecuado, lo que no solo combate el calentamiento global, sino que también beneficia a las personas y los ecosistemas. ¿Estás listo para unirte al cambio y proteger nuestro planeta?
Un recurso no renovable que necesita cuidado
El suelo maduro es un recurso que tarda siglos en formarse. A través de la acción de seres vivos, agua y otros agentes naturales, el suelo se convierte en un sistema vivo y frágil que desempeña funciones vitales, como la producción de alimentos y la retención de carbono. Sin embargo, este recurso no es renovable: su agotamiento y degradación son irreversibles.
Para mantener su función, es crucial gestionarlo de manera sostenible, de modo que continúe beneficiándonos durante generaciones. Imagina que el suelo es como una gallina irreemplazable. Si lo cuidamos bien (manejo sostenible), nos proporcionará beneficios durante toda su vida (como los cultivos y la retención de carbono). Pero si lo maltratamos (uso insostenible), agotamos esa posibilidad de forma irreversible. ¡Es hora de proteger y cuidar el suelo para un futuro saludable!
¿Cómo influye el uso del suelo y su contenido de C en el cambio climático?
Pues exactamente igual que en el caso de los bosques silvestres y selvas: en función de su mayor o menor capacidad de capturar o liberar CO2 a la atmósfera, dependiendo de su manejo. Los suelos naturales tienden a acumular restos orgánicos, sobre todo cerca de la superficie, principalmente de origen vegetal, lo que les confiere a estos suelos un color más oscuro en los primeros centímetros o decímetros de profundidad. Los suelos sometidos a un uso agrícola intensivo tienen menores aportes orgánicos y, además, al quedar profundamente removidos, quedan desnudos expuestos al sol y al aire tras el laboreo. Ello hace que la materia orgánica se vaya progresivamente oxidando y que el carbono orgánico que contiene se vaya liberando en forma de CO2, contribuyendo al cambio climático. A medida que van perdiendo carbono, la mayoría de los suelos van siendo más claros en superficie. Y eso nos sirve de base para relacionar el contenido de carbono del suelo, que sólo puede medirse en el laboratorio, con el grado de oscuridad que presenta el suelo.
En algunos suelos, otros componentes como los carbonatos (la caliza, de color blanco, como muestra la figura de abajo) ocultan o enmascaran las diferencias en el contenido de materia orgánica. Por lo que, confirmar su presencia, es muy útil para interpretar los resultados (burbujeo con un ácido débil diluido, como el vinagre).
El carbono orgánico (C) del suelo, más allá del cambio climático
Además del contenido de carbono, conviene observar en los bloques de suelo extraídos algunas características relacionadas con la vitalidad y funcionalidad del suelo. Esta se expresa por medio de las siguientes características:
- Un mayor contenido de elementos vivos sean visibles (raíces e hifas fúngicas, fauna del suelo, etc.) o no (microorganismos).
- Una estructura equilibrada y porosa (que no es suelta, ni apelmazada) que permite la aireación y el trasiego del agua y los nutrientes, con cierta retención en los poros capilares.
En la figura inferior, se observa a la izquierda la superficie de un suelo rico en C orgánico con buena estructura y porosidad. A la derecha, un suelo sin estructura, apelmazado y pobre, con escaso contenido en C.
Suelo rico en C
Suelo pobre en C
En resumen, el contenido de carbono del suelo, además de una indicación de su grado de reserva del elemento en la tierra, también se relaciona estrechamente con la vitalidad y fertilidad del suelo, dado que una reducción del contenido de carbono por debajo de ciertos niveles da lugar a una pérdida de fertilidad y a la degradación biológica del mismo. La diferencia puede ser muy sutil: por debajo del 1% en peso de carbono, los suelos se consideran pobres en este elemento. Mientras que los suelos con al menos un 2% de carbono en los primeros 20-25 cm, suelen considerarse fértiles, aunque los niveles de referencia pueden variar dependiendo del clima.
Una buena noticia: Es posible restaurar el nivel C del suelo
Distintos estudios han mostrado que recuperando algunas prácticas tradicionales, como arar el suelo lo mínimo imprescindible (mínimo laboreo o de conservación), abonar con abonos orgánicos o dejar el material vegetal sobrante de la cosecha cubriendo el suelo o alternar las especies de cultivo en lugar de mantener el mismo cultivo en el mismo sitio (rotación de cultivo), pueden ayudar a restaurar el carbono a los niveles previos. La explotación masiva y mecanizada (intensiva) de los suelos cultivables, en la actualidad, representan casi la mitad de la superficie terrestre. Se ha comprobado que el aumento del nivel de carbono orgánico del suelo mejora la estructura e, incluso, propicia que aparezca estructura (abajo a la izquierda) en un suelo que no la tenía en absoluto (como la arena, a la derecha):
En tal sentido, la iniciativa “4 por 1000: Suelos para la Seguridad Alimentaria y el Clima”, propuesta en la comisión que coordina la lucha contra el cambio climático, pretende ilustrar que, incluso un pequeño aumento de las reservas de carbono de los bosques y los suelos agrícolas (0,4%) incluidos los pastos y las praderas, es una contribución muy importante al objetivo a largo plazo de limitar el aumento de la temperatura derivado del calentamiento climático a +2°C.



